Yo, Políticamente incorrecto

Tabla de contenidos
Hay un fenómeno curioso, ser políticamente correcto: la obsesión por parecer más bueno que el pan de espelta sin gluten. Una especie de competición olímpica de virtud donde, si te descuidas, alguien te corrige el lenguaje, la postura y hasta el pensamiento. yo suelo ser Políticamente Incorrecto.
El problema no es tener valores. El problema es convertir la moral en un cosplay barato, en un disfraz para aparentar bondad mientras se ofrece una imagen más falsa que un selfie con filtro de elfo. La corrección política, tal y como se practica hoy, es eso: un teatro eterno donde todos actúan y nadie dice lo que piensa. Y claro, así no hay quien avance.
No es la primera vez que hablo de esto.
1. La incorrección política no es maldad. Es higiene mental.
Decir las cosas claras no es ser violento. Es ser práctico.
Es cortar la maleza del discurso, evitar rodeos y dejar de redactar cada frase como si fuese una instancia para la NASA. La incorrección bien entendida es simplemente hablar como un ser humano normal, con dudas, humor, contradicciones y, de vez en cuando, algún taco terapéutico.
La gente que no se atreve a ser políticamente incorrecta vive en constante autocensura.
Y eso quema. Por dentro. Como una digestión de kebab caducado.
2. La incorrección política también protege la honestidad
Cuando una sociedad premia más el envoltorio que el contenido, acabamos rodeados de personas que hablan como un chatbot de empresa farmacéutica: neutros, pasteurizados y peligrosamente inofensivos.
Pero no confundamos inofensivo con bueno.
De hecho, son los más suaves los que suelen clavar las puñaladas por la espalda sin despeinarse.
La incorrección política bien usada te obliga a ser coherente.
Si dices lo que piensas, luego no puedes ir por la vida maquillando tu discurso para gustar a unos y a otros.
Y eso, amigo, es incómodo… pero sano.
3. La gente políticamente incorrecta no necesita máscaras
Cuando eliminas el miedo a quedar mal, desaparece la tentación de vivir en modo marketing.
No necesitas parecer perfecto, solo ser claro.
La ventaja es enorme:
- Atraes a gente que te soporta tal y como eres.
- Alejas a los que iban a darte por saco de todas formas.
- Y de paso, te ahorras conversaciones eternas con personas que hablan como si estuvieran en un anuncio institucional.
La incorrección política —la verdadera, no la de cuñado enfadado— es libertad sin postureo.

4. La corrección política crea monstruos de cartón
Lo más irónico de esta moda es que pretende crear una sociedad más justa…
pero lo que crea, muchas veces, es una doble moral de manual.
Por un lado, te exigen que uses palabras exquisitas.
Por otro, son capaces de hundir a cualquiera con un chisme de sobremesa.
Por un lado, presumen de tolerancia, diversidad y respeto.
Por otro, se ofenden por deporte.
Son justicieros de teclado con un ego tan frágil que lo soplas y se rompen.
Se indignan por cosas que ni les afectan, porque la indignación les da puntos de karma social.
5. La incorrección política ayuda a pensar
Cuando todo el mundo repite lo mismo, con las mismas palabras, la sociedad entra en modo piloto automático.
La incorrección política rompe ese bucle.
Te hace replantearte cosas, cuestionar dogmas, mirar desde otro ángulo.
Una sociedad llena de gente que se atreve a decir lo que piensa —aunque a veces meta la pata— es una sociedad con más pulso, más debate y más vida.
6. Ser políticamente incorrecto es un acto de responsabilidad
Sí, responsabilidad.
Porque quien se atreve a decir lo que muchos callan está asumiendo un riesgo.
Riesgo de que le saquen un titular fuera de contexto, de que le llamen borde, de que alguna alma sensible necesite inhalar sales aromáticas.
Pero también está abriendo puertas.
Está diciendo “oye, igual esto lo estamos haciendo fatal”.
Está frenando la estupidez colectiva que se contagia como un virus.
Conclusión
La incorrección política no es un deporte extremo, ni un hobby de provocadores profesionales.
Es una manera de recordarnos que somos humanos: imperfectos, contradictorios, un poco brutos a veces… pero auténticos.
Mientras tanto, allá seguirán los puritanos de la moral vibratoria con su consolador ético, tratando de salvar el mundo a base de hashtags.
Que disfruten.
Aquí fuera, en el mundo real, hace falta gente que hable claro.
La verdad no siempre es bonita, pero al menos es verdad.
